Con versiones renovadas, reggaetoneras y frescas, Feli Colina se mostró airosa y audaz, mientras que el público se hizo partícipe del ritual.

En un Vorterix colmado, el pasado domingo 9 de julio Lxs Infernales del Valle Encantado hicieron sonar cada una de sus canciones. Con versiones renovadas, reggaetoneras y frescas, Feli Colina se mostró airosa y audaz, mientras que el público se hizo partícipe del ritual.


El pasado domingo 9 de julio, dos jóvenes charlaban apoyadas en una de las columnas del Teatro Vorterix de Buenos Aires, acababan de salir de la sala. Viajaron desde Montevideo (Uruguay) para ver a Feli Colina: “Nunca fui fan de nada y ahora soy fan de ella, es muy hermoso”, dijo Ailén: “Evangelizo a la gente con Feli”.

Horas atrás, cerca de las 21, empezaron a sonar las palmas marcando compases de chacarera, ansiosas por escuchar a Lxs Infernales. A un año de la presentación del álbum anterior, El Valle Encantado, en el Día de la Independencia y a cuarenta años de haber alcanzado la democracia, se agitaron banderas argentinas como pañuelos de zamba y el “¡Viva la Patria!” resonó como bis de una proclama que no pierde vigencia.

La encargada de telonear la noche fue Popa, el proyecto solista de la oriunda de Salta, Sofía Simesen. Con guitarra en mano y voz sutil, regaló algunas canciones de su último EP Casa, producido por Feli y Baltazar Oliver. Luego, como un mensajero recién llegado del monte, Chuke recitó “El Valle Encantado” y acto seguido se abrió el telón. Feli Colina interpretó “Aguatera” para dar inicio a un espectáculo exótico, que combinó temas del último material con sus antecesores, pasando por “Sagitario”, “De dónde salió todo eso?”, “Orden” y “Diabla”, entre otros.

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Foto: Juan Bertuggia

“Yo escuchaba ‘Carnavalito del duende’ y para mí era un reggaetón”, expresó Colina en una entrevista con Indie Club. En la versión infernal, Felicitas conjugó su ferocidad con una diablura traviesa: el tema compuesto por Gustavo “Cuchi” Leguizamón y Manuel J. Castilla se fusionó con “Familia”, de su propia autoría, presente en el disco Feroza (2019).

Mientras tanto, el equipo de músicos entregó sus voluntades dejándose llevar con este nuevo ritmo latinoamericano descubierto. Las percusiones de Conce Soares, la batería de Manuel “Manusa” Figuerero y las teclas de Baltazar Oliver, marcaron los bajos y los beats; encauzaron el buen uso de los silencios y se lucieron cada vez que Colina se ausentó del escenario para cambiar de vestuario. Las brujas la consintieron y las hadas corales, encarnadas en las voces de Lola Cobach, María Pien y Annita Margarita, la acompañaron en cada prosa.

La Patria es tradición y la Matria se abre con una Feli Colina versátil y entrenada, que se planta airosa al frente del pelotón de Infernalxs. El público la vitoreó y cantó cada uno de los coros reconociendo algunos de sus arreglos y volviéndose partícipe del rito carnavalesco: en el medio de “Babalú”, ofrendaron billetes y tabaco a la divinidad salteña de la poesía y la sensualidad.

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Foto: Juan Bertuggia

El batallón salió a la escena con filas completas. El saxo de Yamile Burich hizo su aparición luciéndose en los interludios, en “Ancora” y en “Caballo”. Cuando llegó el turno de “Madre”, Vera Frod emergió como una virgen sabia amparando la solidez de las tristezas: giraba, diosa eterna, símbolo, centro espiral. Por su parte, Valentina Brishantina sacudió las injusticias con su recitado de “Chakatrunka”.

Al final, todas las mostras unidas cerraron el carnaval con “La gracia”, al mismo tiempo en que el poeta Juan Felo entonaba el himno de “Lxs Infernales”.

La puesta de Lxs Infernales (del Valle Encantado) bien podría funcionar como una obra de teatro que alterna escenas, domina el clímax y deja con ganas de saber qué más se esconde entre los telones. Las vestimentas caracterizan a cada uno de los personajes que se desenvuelven en una ficción de luminarias y sombras, de blancos celestiales y penumbras pecaminosas; y claro: “Amor, lo que ves de luz / lo tengo de oscura”.

Feli, junto a la banda que recibe el nombre del ejército del ex gobernador salteño Martín Miguel de Güemes (que comandó en la lucha por la independencia), marcan un camino auténtico en el reconocimiento de las raíces. Demuestran que se puede hacer música acariciando lo propio, pidiéndole permiso, celebrándolo con entrega y despidiéndolo con un hasta luego. Porque nunca se abandonan los orígenes y cuando oscurece todo renueva: “hay que dejar morir para que algo nuevo nazca”, dijo Feli alguna vez.

Junto a sus amistades, Colina creó una obra que trae sorpresas y personajes por fuera del libreto, con una protagonista que domina el escenario a través de su carisma. Se mueve con soltura en los umbrales de la versatilidad musical-poética y se inviste de diosa pagana, rodeada de un equipo de trabajo que se esmera por cada detalle, logrando que las personas que habitan por fuera de las fronteras de nuestro país evangelicen en su nombre.

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Foto: Juan Bertuggia

 

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Foto: Juan Bertuggia